Cuando las caricias son solo con un dedito

Jorge
Jorge

En el tercer trimestre de mi embarazo (31 semanas) fui al ginecólogo a una revisión rutinaria, me dijo que «la cosa no iba bien». En ese momento, me vinieron muchas cosas a la cabeza, porque no sabía exactamente a lo que se refería. Recuerdo que nos explicaron que ya no podían hacer nada por el niño dentro del vientre, que me iban a inyectar un madurador para sus pulmones e intentar hacer lo posible por él. Que, en el peor de los casos, me trasladarían a Tenerife porque allí había una UCI especializada y en La Palma no. Mi diagnóstico era un CIR (crecimiento intrauterino retardado, palabras que oí por primera vez en mi vida) tipo I y el peso del niño unos 1500 g.

Tras dos días ingresada y realizándome registros, finalmente me trasladaron al Hospital Universitario de Tenerife. Estuve un par de días más en la zona previa a paritorios, también con registros y ecografías.

Una mañana me dijeron que me provocaban el parto (a las 32 semanas), porque era lo natural… una vez dilatada, ya por la noche, me trasladaron al paritorio, pero no pudieron romper la bolsa porque no había suficiente líquido amniótico, con lo que había riesgo de pérdida de bienestar fetal, y, entré enseguida en quirófano para realizarme una cesárea de urgencia. Había muchas personas: anestesistas, enfermer@s, matron@s y dos ginecólogas. Me pusieron la epidural y al rato nació Jorge, no lo ví, se lo llevaron a la UCI, apenas lo oí llorar… 1375 g y un CIR tipo III… Me dijeron: «Se lo llevaron las pediatras»… Lloré, pensando si estaría bien… En ese momento, sólo pensaba en que tenía que ayudarlo a crecer y a salir adelante. Recuerdo que las ginecólogas me felicitaron por el nacimiento y se despidieron. Me llevaron a la sala de recuperación y allí estuve un buen rato. Ese momento se me hizo eterno, recuperándome y pensando ¿Estará bien? Me sentí mal por no poder estar a su lado. De madrugada, me subieron a planta, allí estaba David esperándome, le dije: “¿Lo viste?” Y me dijo «Sí, se parece a tí»… No me lo creí, pero volví a llorar, y luego, le dije que se fuera a descansar… Apenas pude dormir, le daba vueltas a cómo estaría, cómo sería…

A la mañana siguiente, y después esperar por una silla de ruedas y que David me llevara, pude entrar a verlo, y aunque me hubiera gustado tener un momento de intimidad los tres, no lo tuve… Pero lo ví, por primera vez, dentro de una incubadora con la carita tapada… con cables, mangueras y una luz azul… Lloré otra vez… No pude tocarlo… Fue duro…

Acompañarlo a ratitos, acariciarlo con el dedo era el máximo contacto que tuve con él durante algunos días, hasta que, al fin, lo pude poner cerca de mi pecho, para que sintiera mi corazón y yo el suyo… Era pequeño y muy delgado.

Los días pasaron entre preocupaciones y poco dormir, lo veía por el día y por la noche dormía, y me quitaba un poco de leche para llevarle al día siguiente.

No me di cuenta en qué momento me recuperé de la cesárea. Tras un mes le dieron el alta, con 1800 g, y nosotros con mucha ilusión y un poco de miedo, nos fuimos a «casa», aún en Tenerife porque había revisiones pendientes y estábamos preocupados por si necesitáramos volver en algún momento al hospital.

Los primeros años los vivimos entre revisiones y preocupación, pero conforme iba pasando el tiempo y veíamos que el niño iba evolucionando bien, nos íbamos tranquilizando.

Hoy tiene 6 años y es un niño maravilloso que nos hace muy felices a todos, y la personita más importante de nuestra vida. Todos los días le doy las gracias a Dios.

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