Por momentos estás solo, hasta que llega la suegra o madre de algunas de las futuras madres que está dentro del paritorio. La señora, con la cara un poco desencajada, pero rebosante de felicidad, te cuenta que su nieto ha pesado unos 3 kilos 100 gramos, que medirá unos 34 centímetros y que lo van a llamar Añaterve. Evidentemente la pobre señora desconoce que tú estás a punto de convertirte en padre primerizo, pero que al contrario que su caso, tus hijos van a ser prematuros extremos, de 25 semanas y 6 días, que pueden nacer los dos, o sólo uno o incluso ninguno.
Ella sigue exultante de felicidad, hablando de su futuro nieto; tú sigues con la mirada perdida… mirando una puerta a la espera de noticias. Cuando despiertas de tus pensamientos y bajas a la realidad, de repente tu cerebro empieza a escuchar a la señora y no ver a alguien, simplemente, moviendo los labios. Le cuentas tu historia, y enseguida notas que le cambia la cara, se hace un silencio durante un tiempo, interrumpido por el ruido de la puerta al abrirse. Falsa alarma.
Te dispones a avisar a tus familiares más cercanos de la situación. Les cuentas que esa sensación de hacer caca, no era eso, sino contracciones y que está de parto. La señora, como buena canaria, al escucharlo esboza una tímida sonrisa, pero no es el momento para decir nada. Volvemos al silencio.
Después de un tiempo, con el ajetreo constante de personal sanitario, se abre de nuevo la puerta y reconoces a quien aparece, que te informa que han nacido los dos.
Sale una incubadora tapada con una sábana verde, con muchas manos dentro mientras otra persona la empuja. Oigo una voz; me dice que espere, que suba con el otro. Veo que mi hijo se aleja. Al cabo de un momento, sale la otra incubadora, mismo procedimiento que la primera. Esta vez me dicen: “ven con nosotros”.
Mientras nos alejamos hacia el ascensor, se oye a lo lejos: “mucha suerte y salud”. La orgullosa abuela, despidiéndose y dándome esperanzas.
Al entrar al ascensor, me permiten ver a mi hijo un breve instante, veo algo rojo, lleno de cables y rodeado de manos, me regala un sollozo, que a todos los presentes nos eriza la piel. En el corto trayecto, un médico me va informando de peso, talla, dificultades…
Llegamos a la planta cuarta, enfilamos el pasillo y al llegar a una puerta, me paran y me dicen que espere.
Solo, en la inmensidad de ese pasillo, con el corazón en un puño, se abre de nuevo la puerta y veo salir a un hombre alto, delgado, con perilla o quizás sin afeitar, mi cerebro está zumbado. Me había visto cuando el personal sanitario abrió la puerta y decidió salir. Me abraza y me dice: “ya están aquí, amigo”. Yo sin todavía saber qué está pasando, pronunció un “gracias”.
Gracias a él, otro PADRE de prematuros, me enteré de cómo funcionan las cosas en la Unidad de Cuidados Intensivos de Neonatos. Al poco tiempo, sale una enfermera y me dice dónde puedo ir a ver a Fátima.
Después de 4 meses y medio ingresados, con los altibajos que la situación de prematuridad acarrea, volvimos los cuatro, JUNTOS a casa.